FIN DE LA CULTURA DEL MIEDO. El adiós al jefe y la bienvenida al líder.
Es probable que para este momento la frase “la gente no renuncia a un mal trabajo sino a un mal jefe” haya llegado a tus oídos, y es que aunque suene trillado, más personas en todo el mundo se sienten relacionadas pues han vivido en carne propia la presión y malestar que produce estar bajo en mando de un “líder” autoritario, desconfiado y poco empático.
Antes, en la mayoría de las organizaciones, la cultura de trabajo se basaba en el miedo. Miles de personas se sentaban todos los días, durante ocho largas horas en sus puestos de trabajo con temor a cometer el mínimo error que los hiciera recibir humillaciones por parte de su gerente o peor aún, a perder su empleo. Los jefes se paseaban en la búsqueda de errores, en lugar de cuestionar si necesitaban ayuda o servir de guía para mejorar los resultados.
Esto solo nos dice que el objetivo de la mayor parte de esos empleados era cobrar un salario, tolerando un ambiente de trabajo tóxico a cambio de la anhelada estabilidad económica.
Pero, este supuesto rendimiento alimentado por miedo dejó de funcionar. En el 2020, la pandemia forzó a millones de personas a quedarse en casa brindándoles un tiempo de reflexión sobre si realmente merece la pena pasar la mayor parte de la vida en un empleo que no disfrutan y donde no se sienten cómodos ni motivados.
Solo en Estados Unidos 4 millones de personas renunciaron a sus trabajos en el 2021, en una tendencia que llamaron “la gran renuncia”, dejando miles de puestos vacantes que está resultando cada vez más difícil cubrir. La mayoría de estos, relacionados con atención al público, donde generalmente los empleados están expuestos a malos tratos tanto de clientes, como de gerentes.
Los testimonios de aquellos que formaron parte de esta renuncia masiva coinciden en una cosa, un cambio de prioridades. Ahora, la salud y el bienestar físico y mental son más valorados que un simple salario. Si un trabajo no puede cubrir esas mínimas exigencias, no vale la pena. Lo que tiene sentido.
Eso nos lleva a reflexionar desde el punto de vista del liderazgo ¿por qué existe aún esta falsa creencia de que si no hay presión no hay productividad? Esta antigua cultura de gerenciar puede ser quizá el resultado del anterior modelo familiar, donde una sola persona era quien llevaba el dinero a casa, o de un tiempo donde la competencia era alta y los puestos de trabajo tan pocos, que los empleados se tenían que conformar y tolerar un clima laboral tóxico y represivo.
Sin embargo, ahora la realidad es otra. La figura del “jefe” está desapareciendo. Las empresas ahora están en búsqueda de líderes que puedan formar y conducir un equipo de confianza, que se mantenga motivado por una emoción muy diferente y en ocasiones mucho más fuerte que el miedo, la lealtad.
La empatía es clave para lograr esto. Un líder empático es aquel que percibe a los miembros de su equipo como iguales. Conoce a fondo las tareas y se preocupa por mejorar el clima laboral.
Imagina tener un gerente al que puedas acudir con confianza si cometiste un error, sin temor a reprimendas, que se preocupe por darte los instrumentos necesarios para hacer tu trabajo mejor y no por buscar con una lupa los errores en tus resultados. Alguien a quien puedas decirle sin preocupaciones “necesito ayuda” y que de verdad te brinde el apoyo para mejorar.
Desde una posición de liderazgo, crear un ambiente de confianza es ahora la clave para lograr buenos resultados. Desarrollar un vínculo afectivo con los miembros de la organización a través de la honestidad, conformará un equipo de personas que amen su trabajo, y que se sientan motivados por la fidelidad a una compañía que los trata con respeto, que los escucha y atiende a sus necesidades, tanto laborales como personales.
Se tiene que pensar dos veces antes de dejar un trabajo donde percibes tanto como das.
Un buen líder debe escuchar, entender y explicar. Debemos dejar atrás la creencia de que la empatía afectará la productividad, de que el miedo a la crítica motiva más que el reconocimiento por un trabajo bien realizado. Comprender que, los miembros de un equipo tienen el talento para trabajar alineados con los objetivos organizacionales si se les otorga la confianza que merecen.